¿SE NACE, SE HACE, SE CURA, SE PALÍA?
El manual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría establece como criterios para diagnosticar un “trastorno pedófilo” tener impulsos sexuales relacionados con prepúberes de forma recurrente durante más de seis meses y haber actuado sobre ellos o sentir malestar (culpa, ansiedad) por tenerlos. El origen de la parafilia no se conoce.
James Cantor, investigador del Centro de Salud Mental de Toronto (Canadá), lleva una década recopilando datos sobre pederastas y comparándolos con otros agresores sexuales. “Se investiga muy poco este tema y el apoyo gubernamental es escaso”, dice por correo. Tras escanear el cerebro de 127 agresores, la mitad pederastas, descubrió en estos una alteración de la materia blanca, que rodea la materia gris. Cantor habla de un “cortocircuito en la mente del pedófilo”. Para él es una “orientación” con la que se nace y que no se puede cambiar. Cree, sin embargo, que la mayoría no son violentos y que la terapia les permite controlar la conducta.
Paul Fedoroff, director de la Clínica de conducta sexual de Ottawa (Canadá), opina lo mismo desde la premisa opuesta. Considera la pedofilia un “interés” que se puede “curar y prevenir”. Sus argumentos: ha tratado a miles “con un índice de reincidencia cercano a cero”. Su programa, público y gratuito, recibe cada vez más pacientes. “En gran parte por el esfuerzo que hemos hecho por aparecer en los medios”, cuenta por correo.
No sabemos apenas nada sobre los pedófilos
No sabemos apenas nada sobre los pedófilos que, cometiendo abusos, no han entrado en el sistema judicial, ni sobre aquellos que nunca han actuado. Se llaman a sí mismos “pedófilos virtuosos”. Se reunen en foros online (sobre todo estadounidenses) para apoyarse mutuamente y formar a terapeutas. No quieren delinquir y consideran que el sexo con niños está mal (incluido el uso de pornografía).
Bob Radke es portavoz del portal B4uact.org (que significa “antes de que actúes”). “Nunca he cometido un abuso, tengo fantasías, pero eso es todo lo que son”, explica por correo. “Los foros no previenen el abuso, pero puede que la comunicación sí lo haga. Atreverse a ir a terapia es difícil y cuesta encontrar un psicólogo dispuesto a escucharte. Les pedimos que tengan una mente abierta; nadie en sus cabales desea sentirse atraído por menores. Yo nací así. Si podemos hablar sobre lo que sentimos seremos más felices, y no imagino a una persona feliz haciendo daño a otra”.
En la comunidad científica tampoco hay consenso sobre cómo tratar a los pedófilos
En la comunidad científica tampoco hay consenso sobre cómo tratar a los pedófilos o hasta qué punto se puede. La terapia más común es la cognitivo conductual, acompañada o no de polémicos fármacos inhibidores de la libido. Los terapeutas sí coinciden en que el pedófilo que busca proactivamente ayuda tiene la mitad del camino hecho. Pablo asiente: “Para que la terapia funcione, hay que quererla, no hacerla por reducciones de condena y cosas así. Y tengo claro que si hubiese recibido ayuda de adolescente, todo esto no habría pasado”.
“En la adolescencia empecé a sentirme un bicho raro”, cuenta. “No estaba cómodo bebiendo alcohol, escuchando la música de los de mi edad… así que seguí rodeándome de niños más chicos. El problema no era que me gustasen las niñas; es que nunca dejaron de gustarme. Todos se flipaban por las tetas y a mí me daban igual”.
La prevalencia de la pedofilia no está clara. Según los investigadores del Proyecto Dunkelfeld, el 1% de los hombres son pedófilos (otros estudios lo elevan hasta el 5%). Piense en uno de ellos. Es improbable que haya imaginado a un adolescente angustiado por algo que empieza a descubrir en su interior y que no puede compartir con nadie. Sin embargo, se sabe que la pedofilia, como todos los despertares sexuales, suele surgir en la adolescencia y venir acompañada de ansiedad, culpa, vergüenza, aislamiento e ideas suicidas.
Extracto del Artículo de PATRICIA GOSÁLVEZ en el PAIS